El ciudadano atento
Machacar
Dr. Luis Muñoz Fernández
Hay palabras que son onomatopeyas, lo que significa que al pronunciarlas imitamos el sonido de aquello que designamos con ellas. Cuando pronuncio machacar, casi puedo escuchar como lo machacado se rompe, se fragmenta, se pulveriza. Habitualmente machacamos cosas, objetos, como una piedra o unos ajos, pero también se pueden machacar personas, tanto vivas como muertas. En la Edad Media se popularizó un remedio multiusos denominado mumia que supuestamente se preparaba a partir de los restos momificados de los difuntos.
El pasado martes 20 de mayo de 2025 leí en la prensa un titular muy inquietante: “La ONU alerta que 14,000 bebés podrían morir en Gaza en las próximas 48 horas si no llega la ayuda”. Al día siguiente, la presión internacional obligó a Israel a dejar pasar algunos camiones con alimentos. Los videos mostraron cientos de mujeres, niñas y algunos hombres de rostros llorosos y suplicantes, blandiendo sus ollas vacías en torno a esos camiones mientras los miembros de las oenegés removían con palas el contenido de grandes peroles humeantes llenos de un cereal amarillo que parecía arroz.
Tras 78 días del bloqueo impuesto por Isarel, se calcula que cerca de 60 niños han muerto de desnutrición y una de cada cinco personas en Gaza podría morir de hambre. Israel está machacando Gaza, no sólo los edificios bombardeados por su ejército, sino a los seres humanos destrozados por las bombas, y a los que quedan vivos mediante el hambre, la sed y las enfermedades que se extienden sin freno posible. La última noticia es que Benjamín Netanyahu pretende entregar el control de la ayuda humanitaria a contratistas privados. Y encima negociando con el hambre y la muerte.
Salvo algunas excepciones, el español entre ellas, la mayoría de los gobiernos de Occidente evitan usar el término genocidio. Están haciendo cálculos para no molestar a Israel, al que consideran un socio económicamente poderoso y políticamente indispensable en aquella región de mayoría musulmana. Según ellos, los musulmanes, y los gazatíes casi todos, son el fermento del terrorismo islámico que ha golpeado y sigue golpeando a las sociedades occidentales.
Comprender a fondo el origen y desarrollo de este conflicto enmarañado sólo está al alcance de especialistas. Pero cualquier ser humano mínimamente enterado y, sobre todo, sensible al sufrimiento humano, estará de acuerdo que estamos frente a un horror que, llamémosle como lo llamemos –para mí tiene las caracerísticas de un genocidio (“extinción o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad”)–, es inacaptable.
La larga historia de esta guerra está jalonada por episodios brutales perpetrados por ambos bandos de los que hoy se habla poco. Afortunadamente, nos los recuerda el escritor indio Panjak Mishra en El mundo después de Gaza. Una breve historia (Galaxia Gutemberg, 2025). Entre otras vilezas, destaca aquel ataque ordenado en 1982 por el entonces premier israelí Menáchem Begin:
«Begin, que insistía en que los árabes eran los nuevos nazis y Yasser Arafat [presidente de la Autoridad Nacional Palestina] el nuevo Hitler, lanzó un ataque contra refugiados palestinos en Líbano. En el episodio más infame de la guerra, los milicianos libaneses cristianos aliados de Israel invadieron dos campos de refugiados y durante días dispararon o acuchillaron a centenares de hombres, mujeres y niños, y los morteros de 81 mm de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) iluminaron el cielo de la noche para facilitar la masacre. El escritor francés Jean Genet, uno de los primeros europeos en entrar en los campos, recordaba: de una pared a otra de la calle, doblados o arqueados, los cadáveres ennegrecidos o hinchados que tuve que sortear eran todos palestinos y libaneses».
Un cuadro muy similar al del 7 de octubre de 2023, cuando milicianos palestinos de Hamás y de la Yihad Islámica Palestina lanzaron desde Gaza un infame ataque sobre Israel. La respuesta ha sido brutal y desproporcionada. Digan lo que digan, Netanyahu busca exterminar a los gazatíes.
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