El ciudadano atento
Jíbaros
Dr. Luis Muñoz Fernández
Medio en serio y medio en broma, solía decirles a mis alumnos que cada vez que escribiesen una palabra abreviada en un mensaje de WhatsApp se les moriría una neurona. La prisa y la instantaneidad de las formas más populares de comunicación en la actualidad empujan a la redacción de textos en los que las palabras o se achican o desaparecen para ser reemplazadas por emoticonos.
El fenómeno, llamado por algunos “jibarización de la expresión”, se extiende a todos los ámbitos comunicativos, incluso los profesionales. Lo podemos constatar quienes ejercemos la medicina al leer las escuetas y casi extintas historias clínicas, cada vez más llenas de abreviaturas.
Me angustia ver y escuchar a alguien, generalmente un joven, cuando busca en su léxico raquítico las palabras para expresar una idea o relatar una experiencia y, pese a sus esfuerzos, no encontrarlas, rendirse y acabar recurriendo a símiles menos precisos y ricos, o a palabras que usa constantemente para todo como, por ejemplo, wey. Es una experiencia casi cotidiana, claramente relacionada con la extinción de la afición a la lectura, el uso incesante de las pantallas electrónicas y la hipertrofia de la musculatura de los pulgares por el scrolling. Esto se agravará con el uso generalizado de la inteligencia artificial generativa si, como es muy probable, se convierte en el refugio ideal de quienes desean sacudirse el fastidio de pensar por sí mismos.
Se podrá aducir que el lenguaje, ciertamente un ser vivo, cambia y evoluciona, que a los hablantes no nos queda sino subirnos al tren de esas mutaciones que se han convertido en una montaña rusa vertiginosa gracias a los medios de comunicación en boga. Aunque tal vez no sea algo tan simple. Si el lenguje es la expresión de la complejidad, extensión y hondura de nuestro pensamiento, es decir, de su calidad, entonces creo que tenemos serios motivos para preocuparnos.
El tema lo trata la psicoanalista y escritora murciana Lola López Mondéjar en Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad (Anagrama, 2024), ensayo con un epígrafe escalofriante por lo profético –se publicó hace casi 50 años – del filósofo germano-austríaco Günther Anders (1902-1992):
“Lo ideal sería formatear a los individuos desde su nacimiento limitando sus capacidades biológicas innatas. Luego, el condicionamiento continuaría reduciendo drásticamente la educación a una forma de integración profesional. Un individuo inculto sólo tiene un horizonte de pensamiento limitado. […] Debemos conseguir que el acceso al conocimiento sea cada vez más difícil y elitista. Que la brecha entre el pueblo y la ciencia se amplíe, que la información destinada al público en general se anestesie de cualquier contenido subversivo. […]
Se hará de tal manera que se destierre la seriedad de la vida, se burle todo lo de alto valor, se mantenga una constante apología de la ligereza. […]
El hombre-masa, así producido, debe ser tratado como lo que es: un ternero, y debe ser vigilado como debe serlo un rebaño. Todo lo que pueda dormir su lucidez es socialmente bueno. Todo lo que la despierte debe ser ridiculizado, sofocado, combatido”.
López Mondéjar señala que “El problema estriba entonces en quiénes son hoy nuestros modelos, qué ideales mueven nuestra sociedad de la información, y estimo que uno de ellos, por más que a algunos nos pese, es la ignorancia. Donald Trump sería el paradigma de este síntoma social, que bauticé hace algunos años como estultofilia”. Después, propone lo siguiente:
“Poner límites a la digitalización es, en este horizonte, una tarea imprescindible; recuperar la presencialidad, la conversación íntima y el contacto de la relación cuerpo a cuerpo se hace necesario en un planeta letalmente amenazado por nuestra avaricia autofágica y extractivista; un planeta que no podremos salvar sino juntos, apelando a lo común. El abandono de la ideología capitalista del crecimiento infinito exigirá un retorno creativo a lo local para hacer un uso sostenible de los recursos limitados de la Tierra”.
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