El ciudadano atento
Un baño de pueblo
Dr. Luis Muñoz Fernández
Me gusta leer las entrevistas de la sección La Contra del periódico español La Vanguardia porque a través de ellas conozco personajes interesantes. El pasado 27 de diciembre de 2024, el entrevistado fue el doctor Pedro Barrios, un cirujano experto en operar los cánceres que se diseminan en la cavidad abdominal, lo que se conoce en el lenguaje médico como carcinomatosis peritoneal. En cierto momento de la entrevista, el periodista le preguntó si ante el fracaso con alguno de sus pacientes ha recurrido a la ayuda psicológica, a lo que el doctor Barrios contestó: “No, los médicos somos poco dados a buscar ayuda psicológica porque nos creemos que estamos por encima, y eso habría que corregirlo, un baño de humildad nos iría bien”.
La segunda mitad de su frase me hizo pensar en lo que escribió Charles Darwin en El origen del hombre y la selección en relación al sexo:
“Debemos reconocer, como me lo parece a mí, que el ser humano, con todas sus nobles cualidades…, todavía lleva en su estructura corporal la huella indeleble de su humilde origen”.
Tal como los seres humanos debemos reconocerlo, los médicos también debemos saber y recordar nuestros humildes orígenes. En especial en esta época en la que “el fetichismo de la tecnología”, como diría el doctor Leonardo Viniegra, nos hace creer que lo podemos casi todo, creencia que se extiende a buena parte del público desconocedor, alimentada por los intereses mercantiles y que difunden urbi et orbi los medios de comunicación a su servicio.
Es indudable que la medicina ha avanzado en relación a otras épocas. Pero lo es también que los médicos enfrentamos todos los días una realidad de complejidad desafiante cuya extensión y profundidad distamos mucho de conocer en su totalidad. Pese a lo mucho que hemos ahondado en la composición de la materia viviente, carecemos todavía de una visión de conjunto que nos permita ubicar adecuadamente los numerosos datos que surgen cada día de la investigación científica. Además, está fuera de duda que lo que marca hoy el rumbo de esa investigación no es tanto el interés por conocer la enfermedad para beneficio de los pacientes, sino aquello que promete un mayor rendimiento económico.
Por humildes orígenes de nuestra profesión me refiero a que la medicina careció de sustento científico la mayor parte del tiempo y los médicos tuvieron un concepto de la enfermedad basado en tradiciones heredadas, nacidas del pensamiento mágico, o en los dictados no siempre racionales de Galeno. Por eso Lewis Thomas llamó a nuestra profesión “la ciencia más joven”. Durante muchísimo tiempo, los alcances terapéuticos de la profesión fueron escasísimos y no era infrecuente que los tratamientos prescritos acabasen con la vida del paciente. Por eso Richard Gordon decía que “la historia de la medicina ha sido en términos generales la sustitución de la ignorancia por falacias”.
La historia de esos pasos titubeantes en la búsqueda del diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades está bien documentada por numerosos autores. Como ejemplo citaremos aquí a Lindsey Fitzharris, que en 2017 publicó The butchering art, que apareció en español un año después con el sugestivo título De matasanos a cirujanos. Si la medicina interna fue por siglos un mero ejercicio teórico de escasos beneficios, la cirugía hasta bien entrado el siglo XIX fue una práctica poco menos que horripilante por el dolor que causaba y las temibles infecciones que la complicaban. Así la describe Fitzharris:
“En 1840 la cirugía era un asunto asqueroso lleno de peligros ocultos. Tenía que evitarse a toda costa. Muchos cirujanos se resistían a operar por temor a los riesgos y sólo se limitaban a tratar condiciones visibles como las enfermedades cutáneas y heridas superficiales. Los procedimientos invasivos eran escasos y esporádicos…”.
Desde luego que todo esto ha sido superado en la actualidad, sin embargo, me pregunto qué pensarán de nosotros los médicos del futuro cuando examinen nuestras ideas sobre le enfermedad y algunos de los tratamientos que seguimos empleando en ausencia de mejores alternativas.
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