El ciudadano atento
Preocupación por el futuro
Dr. Luis Muñoz Fernández
Podemos suponer que nuestra época es la única que se asoma al futuro con cierta angustia. O incluso llegamos a afirmar que los desafíos de nuestro futuro son inéditos, tanto por su naturaleza como por su magnitud. Sobre esto último seguramente tenemos razón, porque lo que está en juego, como diríael historiador Philipp Blom en el libro del mismo título, es ni más ni menos la continuidad de la existencia de nuestra especie, incluso la de toda la vida planetaria. En este sentido, hay quienes son optimistas y quienes se apuntan al catastrofismo.
Como es lógico, la preocupación por el futuro no es exclusiva de estos tiempos. En sus famosos Ensayos, Michel de Montaigne, que vivió en el siglo XVI, afirmaba:
“Quienes acusan a los hombres de andar siempre embelesados tras la cosas futuras y nos enseñan a aferrar los bienes presentes y a enraizarnos en ellos, dado que no tenemos poder alguno sobre el porvenir, bastante menos aún que sobre el pasado, tocan el más común de los errores humanos”.
Sin embargo, Montaigne señala que esa preocupación, por inútil que parezca, es inevitable, pues es una característica de la naturaleza humana:
“Si es que osan llamar error a aquello a que nos conduce la propia naturaleza, para servir a la continuidad de su obra –más interesada en nuestra acción que en nuestra ciencia, es ella la que nos imprime esta falsa imaginación, como otras muchas–. Nunca estamos en nuestro propio terreno, nos encontramos siempre más allá. El temor, el deseo, la esperanza nos proyectan hacia el futuro, y nos arrebatan el sentimiento y la consideración de aquello que es, para que nos ocupemos de aquello que será, incluso cuando ya no estaremos”. Y remata con la siguiente frase de Séneca Calamitosus est animus futuri anxius (Desgraciado es el ánimo inquieto por el futuro).
Al parecer, las mejores evidencias indican que, o estamos cerca del umbral que una vez traspasado no tiene vuelta atrás, o bien que ya hemos empezado a rebasarlo. Y aquí, citando nuevamente a Blom, “los que quieran reflexionar sobre el futuro deberán tachar una frase de su vocabulario, y esta frase dice: eso no puede ocurrir nunca”. Así que, fuera de la primera vez que la bomba atómica se volvió la amenaza mas temida, vivimos hoy un momento de especial gravedad que nos infunde un doble temor al constatar la inacción o simulación de acción de los gobiernos y la indiferencia y/o la ignorancia que sobre el particular tiene la mayor parte del género humano.
Se sabe ya que algunos de los potentados más ricos del mundo se están preparando para sobrevivir al peor de los escenarios. El propio Philip Blom lo afirma, como lo hace el escritor y profesor de cultura virtual Douglas Rushkoff en La supervivencia de los más ricos. Fantasías escapistas de los milmillonarios tecnológicos. Invitado a dar una conferencia sobre nuevas tecnologías a un grupo de banqueros e inversionistas, sabe que lo único que parece interesarles es en cuáles nuevos desarrollos tecnológicos como la inteligencia artificial, la realidad virtual o la edición genómica, entre otros, les conviene invertir:
“Finalmente empezaron a centrarse en lo que en verdad les preocupaba: ¿Nueva Zelanda o Alaska?, ¿cuál de las dos regiones se verá menos afectada por la crisis climática que se avecina? A partir de ahí la cosa no hizo más que empeorar. ¿Qué amenaza era mayor: el cambio climático o la guerra biológica? ¿Cuánto tiempo se puede prever sobrevivir sin ayuda exterior? ¿Un refugio debería contar con su propio suministro de aire? ¿Cuál es la probabilidad de contaminación de las aguas subterráneas?”.
Obviamente, lo que buscan estos prósperos empresarios es sobrevivir a lo que ellos mismos llaman el evento: “el colapso medioambiental, la agitación social, la explosión nuclear, la tormenta solar, el virus imparable o el sabotaje informático malicioso de que da al traste con todo”.
¿Es ese el futuro que nos espera a nosotros y a nuestros hijos?
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