El ciudadano atento
Vargas Llosa en África
Dr. Luis Muñoz Fernández
El periódico El País ha dedicado un amplio homenaje a Mario Vargas Llosa, que falleció en Lima el pasado domingo 13 de arbil de 2024. De los numerosos artículos que ha publicado en estos días, me llamó la atención el titulado Cuando Vargas Llosa se despertó en la guerra del Congo, donde se relata el viaje que hizo el escritor a África en 2008 para conocer los lugares en los que vivió Roger Casement, el diplomático irlandés que denunció los terribles abusos perpetrados por el rey Leopoldo II de Bélgica en aquellas tierras cuando se apropió de ellas engañando a medio mundo.
Fruto de esa investigación y de ese viaje fue la novela con fondo histórico El sueño del celta, que Vargas Llosa publicó en 2010, pocas semanas antes de ganar el Premio Nobel de Literatura "por su cartografía de las estructuras de poder y sus imágenes agudas de la resistencia, la revuelta y la derrota del individuo". Así como había novelado el ambiente social y político del Perú bajo la dictadura del general Manuel Apolinario Odría en Conversaciónen la catedral y el de la República Dominicana en las garras del sanguinario y degenerado dictador Rafael Leónidas Trujillo, hizo lo propio en El sueño del celta con uno de los que se atrevieron a denunciar el genocidio del Congo, ejemplo como pocos de la explotación del hombre por el hombre.
Me enteré de esa historia años antes, leyendo King Leopold’s Ghost. A story of greed, terror, and heroism in colonial Africa (El fantasma del rey Leopoldo. Una historia de codicia, terror y heroísmo en el África colonial, Mariner Books, 1998). No recuerdo cómo di con el libro, pero me impresionó profundamente. Mario Vargas Llosa escribió también el prólogo de la esmerada edición en español que publicó la editorial Malpaso en 2017. En ese prólogo podemos leer lo siguiente:
“Es una gran injusticia histórica que Leopoldo II, el rey de los belgas que murió en 1909, no figure, con Hitler y Stalin, como uno de los políticos más sanguinarios del siglo XX. Porque lo que hizo en África, durante los veintiún años que duró el llamado Estado Independiente del Congo (1885 a 1906) fraguado por él, equivale, en salvajismo genocida e inhumanidad, a los horrores del Holocausto y del Gulag. […]
Leopoldo fue una inmundicia humana; pero una inmundicia culta, inteligente y, desde luego, creativa. […] Su colonia centroafricana, el Congo, una extensión de tierra tan grande como media Europa occidental, fue su propiedad particular hasta 1906, en que la presión combinada de varios gobiernos y de una opinión pública alertada sobre sus monstruosos crímenes lo obligó a cederla al Estado belga.
Fue, también, un astuto estratega de las relaciones públicas, que invirtió importantes sumas comprando periodistas, políticos, funcionarios, militares, cabilderos, religiosos de tres continentes, para edificar una gigantesca cortina de humo encaminada a hacer creer al mundo entero que su aventura congolesa tenía una finalidad humanitaria y cristiana: salvar a los congoleses de los traficantes árabes de esclavos que invadían y saqueaban sus aldeas. Bajo su patrocinio, se organizaron conferencias y congresos, a los que acudían intelectuales –algunos mercenarios sin escrúpulos y otros ingenuos o tontos– y muchos curas, para discutir sobre los métodos más funcionales de llevar la civilización y el Evangelio a los caníbales de África. Durante un buen número de años, esta propoganda goebblesiana tuvo efecto. Leopoldo II fue condecorado, bañado en incienso religioso y periodístico, y considerado un redentor de los negros”.
Roger Casement, el protagonista de la novela de Vargas Llosa, fue un nacionalista irlandés y funcionario británico que denunció aquellos hechos y otros abusos contra los indígenas de la amazonia peruana. Fundó con el belga Edmund Dene Morel la Asociación para la Reforma del Congo. Por su implicación en la rebelión irlandesa en contra del dominio inglés, fue detenido, encarcelado y condenado a muerte. El gobierno británico divulgó la supuesta homosexualidad de Casement para concitar la animadversión pública en su contra. Fue ahorcado el 3 de agosto de 1916.
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