Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes

 

El ciudadano atento 

Ociosidad

Dr. Luis Muñoz Fernández 

Blaise Pascal (1623-1662), filósofo, físico, matemático y místico francés, afirmaba en sus Pensamientos: “He descubierto que toda la desdicha de los hombres proviene de una sola cosa, que es no saber permanecer en reposo dentro de una habitación”. Podía haberlo escrito hoy.

Cuando un niño no dejaba de moverse y de hacer todo tipo de travesuras, sus mayores solían decirle “estate sosiego”. Sosiego es una bella palabra cuya sola pronunciación tiene un efecto tranquilizante. Su forma verbal, sosegar, se define como “aquietar las alteraciones del ánimo, mitigar las turbaciones y movimientos o el ímpetu de la cólera o ira”. También “descansar, reposar, aquietarse, aplacar, pacificar”.

Como ya decíamos la semana pasada, hoy todo conspira contra el sosiego. Sin errar ni exagerar, podríamos decir que vivimos instalados en el desasosiego. Necesitamos rescatar para nosotros las excelentes propiedades de la inactividad bien entendida, porque hoy se la sataniza y se la entiende mal o nada. Esa inactividad positiva, emparentada con la lentitud como elección vital, en la que el sociólogo francés Pierre Sansot incluye el vagar, el escuchar, el aburrimiento que acepta y gusta de lo que se repite hasta la insignificancia, el soñar, el esperar, el escribir y hasta el vino, al que considera una escuela de sabiduría.

En su Vida contemplativa. Elogio de la inactividad, Byung-Chul Han dice que “nos estamos asemejando cada vez más a esas personas activas que ruedan como rueda la piedra, conforme a la estupidez de la mecánica”. Y prosigue: “Dado que sólo percibimos la vida en términos de trabajo y rendimiento, interpretamos la inactividad como un déficit que ha de ser remediado cuanto antes… Vamos perdiendo el sentido para la inactividad, la cual no implica una incapacidad para la actividad, o su rechazo, o su mera ausencia, sino que constituye una capacidad autónoma… No es una forma de debilidad, ni una falta, sino una forma de ‘intensidad’ que, sin embargo, no es percibida ni reconocida en nuestra sociedad de la actividad y el rendimiento. La inactividad es una ‘forma de esplendor’ de la existencia humana”.

Un ejemplo cotidiano de que hemos perdido el sentido del sosiego es la moda actual de llenar de actividades los períodos vacacionales de nuestros hijos pequeños. Ha surgido una industria pujante que organiza todo tipo de cursos para ellos que, según promete, los convertirán en ciudadanos “altamente competitivos” (quelle horreur!, dirían los franceses). Claro, esas actividades brindan el plus de tener entretenidos y alejados a los niños para que los padres puedan ir a su bola.

Pocas cosas me resultan tan gratas como el recuerdo de aquellas vacaciones estivales de mi infancia en las que las obligaciones se desvanecían, el tiempo se alargaba y parecía no tener fin, dilatado cual metal por el calor reinante. La dulce entrega a lectura ociosa o la natación con los amigos. Aquellas siestas en el jardín de mis primos de Lérida (hoy Lleida) tras las labores agrícolas en las que me era permitido participar. Aquellos juegos entre los manzanos y perales, sumergir los pies fatigados en la refrescante corriente de la acequia, o los paseos para recolectar caracoles que, luego de un tiempo de ayuno y purga (de los moluscos, se entiende), eran destinados a nuestro gozoso consumo, asados a la leña sobre planchas cubiertas de papel de estraza, espolvoreados con sal, bañados en aceite de oliva y engullidos pasándolos antes por la vinagreta o el alioli. Como testigos de aquellos banquetes pantagruélicos, sus conchas se amontonaban vacías en el centro de la mesa, junto a la fuente infinita y a la vez menguante de butifarras, pimientos y berenjenas asadas.

Citemos para terminar a Robert Louis Stevenson en su opúsculo En defensa de los ociosos: “La supuesta ociosidad, que no consiste en no hacer nada, sino en hacer muchas cosas que no están reconocidas en las dogmáticas prescripciones de la clase dominante, tiene derecho a exponer su posición como la propia laboriosidad”. Amén.

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