Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes

 

El ciudadano atento 

DOS ROMANOS VIEJOS
(primera parte)

Dr. Luis Muñoz Fernández 

Aurelio Arteta, catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad del País Vasco, autor de varios ensayos sobre Ética, ha dedicado ya cuatro volúmenes a sus reflexiones sobre la vejez que ha subtitulado precisamente Cuadernos de la vejez. En el primero, titulado A pesar de los pesares, afirma lo siguiente:

“…el viejo autoconsciente deberá mejorar al viejo que ha reflexionado menos acerca de su propia condición. Y, por si acaso, esa reflexión deberá hacerse a tiempo, quiero decir, cuando todavía gocemos de suficiente lucidez…

Parece obligado que la meditación más cabal sobre la vejez sólo deba emprenderla un viejo. ¿Acaso podríamos fiarnos de un joven o de alguien nada más que maduro para esa tarea?... Y la razón no es otra, sino que entonces toca enfrentarse al último tramo de nuestra existencia finita, o sea, al definitivo. Es el momento justo, en el que ya no caben ni trampas ni apaños”.

Añadiría a lo dicho por Arteta que, si hemos vivido y reflexionado sobre las experiencias que hemos tenido, al llegar a cierta edad, es casi natural reflexionar también sobre esta etapa en la que el pasado pesa mucho más que el que nos queda por vivir. Y entonces caemos en la cuenta de que ya nos somos viejos y que así nos consideran los demás. No hay vuelta atrás.

Las reflexiones sobre la vejez son numerosas y datan de muy antiguo. Dos a las que podríamos considerar clásicas son De senectute (Sobre la vejez), de Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C.), y Sobre la brevedad de la vida, escrita por Lucio Anneo Séneca (4 a.C.-65 d.C.).

Pedro Cerezo Galán (Hinojosa del Duque, Córdoba, 1935), catedrático emérito de Filosofía en la Universidad de Granada, al preparar la introducción a la edición de la obra de Cicerón que le propuso la editorial Biblioteca Nueva, nos dice lo siguiente:

“Mientras tanto, releí el texto ciceroniano, de algunos de cuyos pasajes guardaba un vago recuerdo por algún ejercicio escolar, y me pareció fascinante y fresco, como si fuera escrito por un autor moderno, y, que, además, me concernía vivamente, cuando ya la navecilla de mi vida afronta la embocadura final de su viaje”.

Esto confirma lo dicho por Arteta: para escribir sobre la vejez, hay que ser un viejo lúcido. Y Cicerón lo era en el año 44 a.C., con 62 años de vida (la que tiene el que esto escribe), a un año de su trágico final en manos de soldados al servicio del Segundo Triunvirato.

Otro que interpela a Cicerón es Pedro Olalla (Oviedo, 1966), escritor, profesor y cineasta, autor de De senectute política. Carta sin respuesta a Cicerón. Dirigiéndose a Cicerón desde el tiempo presente, le dice:

“Tú has dejado claro en tu obra, al hablarnos de que las dificultades de la vejez no provienen tanto de la edad como del carácter y de la actitud vital de las personas, que envejecer es, en un alto grado, un empeño ético; y yo deseo ahora que reflexionemos sobre si el hecho de que nuestra sociedad esté o no organizada y facultada para posibilitar dicho empeño no hace del envejecer, también un propósito político. Pues se me figura, Marco, que no basta para una buena vida ser buen autor de la biografía propia, sino también ser coautor, y bueno, de la biografía colectiva”.

Olalla reconoce en Cicerón al depositario de las más grandes virtudes romanas: la autoridad, el renombre, la dignidad, la verdad, la libertad, la equidad, la justicia, la firmeza, la alegría, la fidelidad, la piedad y el cultivo de las humanidades. Desde luego que Cicerón tuvo defectos, pero el brillo de sus virtudes nos ha iluminado desde entonces.

En De senectute, Cicerón expone y refuta las cuatro causas por las que parece miserable la vejez. Pese a todo, su mensaje es esperanzador. Bien haremos en leerlo para saber por qué. Lo expondremos la semana próxima, para luego referirnos a Séneca.

Comentarios a : cartujo81@gmail.com

Artículos anteriores:
Un cirujano singular (quinta y última parte)
Un cirujano singular (cuarta parte)
Un cirujano singular (tercer parte)
Un cirujano singular (segunda parte)
Un cirujano singular (primera parte)
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Transparencias e impudicias
Sestear (segunda parte)
Sestear (primera parte)
La doblez de los poderosos
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