Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes

 

El ciudadano atento 

Un cirujano singular
(quinta y última parte)

Dr. Luis Muñoz Fernández 

El doctor Henry Marsh, con niveles sanguíneos del antígeno específico de la próstata prácticamente diagnósticos de un cáncer de avanzado de ese órgano, fue enviado al Hospital Royal Marsden de Londres.

Cuando uno ha enseñado historia de la Medicina sabe que esta no podría explicarse sin considerar el papel que los hospitales ingleses jugaron y juegan en el desarrollo de nuestra profesión. El Royal Marsden fue fundado por el cirujano William Marsden en 1851. Discípulo del famoso cirujano John Abernethy en el Hospital de San Bartolomé (Barts, como se le conoce coloquialmente, establecimiento fundado en el siglo XII, el hospital más antiguo de Inglaterra), quien a su vez fue alumno de John Hunter y Percival Pott. Preocupado por las carencias de los necesitados, Marsden fundó el hospital que luego llevaría su apellido para que fuese gratuito (se llamó originalmente Free Cancer Hospital) con la consigna de que “la pobreza y la enfermedad fuesen el único pasaporte para entrar”. Fue el primer hospital en el mundo dedicado al estudio y tratamiento del cáncer.

“Ah, he cruzado al otro lado: me he convertido en un paciente más, en otro anciano con cáncer de próstata, pensé, y entendí que no tenía ningún derecho a reclamar otra cosa”, nos dice el doctor Marsh.

Marsh comprueba en su propia carne la humillación a la que se someten muchos enfermos cuando acuden a recibir atención médica por un problema genitourinario:

“Salí unos minutos más tarde sosteniendo el informe impreso que medía objetivamente mi dificultad para orinar. La enfermera lo examinó brevemente con una mirada de desaprobación y tuve la clara impresión de que pensaba que no me había esforzado lo suficiente. Me sentía como si estuviera entrando en mi segunda infancia y fueran a enseñarme de nuevo a usar el orinal [bacinica]”.

Al someternos anualmente al tacto rectal para examinar la próstata, los hombres comprendemos mejor la vergüenza que pasan las mujeres con el “papanicolaou”.

Los exámenes para investigar si Henry Marsh tenía metástasis tardaron dos semanas. A propósito de esa tardanza, nos dice:

“Aunque deploro la aplicación de la economía de mercado al sistema sanitario, es cierto que, por desgracia, el afán de lucro parece motivar a los médicos y a los hospitales a responder más rápido al menos a aquellos pacientes que pueden permitirse una atención médica privada”.

Aparentemente y en contra de todo pronóstico, el cáncer no se había extendido a otros órganos. El doctor Marsh describe su declive físico cada vez mayor, que es fruto del envejecimiento y su cauda de dolores y molestias, pero no ansía volver a ser joven, pues sabe que “el dominio de uno mismo, la sensibilidad social y la capacidad para planear el futuro son rasgos que surgen de los lóbulos frontales del cerebro”, los últimos en madurar.

Ante un cáncer localmente agresivo, Henry Marsh se somete a una castración química que impide que sus testículos produzcan la testosterona que el cáncer necesita para crecer. El tratamiento no está exento de molestias y no garantiza que el cáncer no vuelva a crecer. De hecho, dados los niveles de su antígeno prostático, la probabilidad de que vuelva a hacerlo en los próximos cinco años es del 75%. Por lo menos, el tratamiento le ofrece algunos años más de vida. Es lo que hay, él lo sabe y lo acepta serenamente, aunque de vez en cuando cae en la desesperación.

Al final, asuntos de vida o muerte termina con una foto de tres niñas de espalda, viendo a un estanque. Deben ser sus nietas Iris, Rosalind y Lizzie, a las que dedica este tercer volumen. Son su apuesta a un futuro que no ya no será el suyo. Está listo para soltar amarras, “ligero de equipaje, casi desnudo”, porque sabe que su vida ha valido la pena.

Comentarios a : cartujo81@gmail.com

Artículos anteriores:
Un cirujano singular (cuarta parte)
Un cirujano singular (tercer parte)
Un cirujano singular (segunda parte)
Un cirujano singular (primera parte)
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Transparencias e impudicias
Sestear (segunda parte)
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