El ciudadano atento
¿Qué ciudadanos queremos?
Dr. Luis Muñoz Fernández
María Couso (Vigo, Galicia, 1986) es una pedagoga con un máster en Psicopedagogía Clínica y Neuroeducación que se ha convertido en una de las principales divulgadoras en España de la importancia de los juegos de mesa en el desarrollo infantil. Recientemente ha publicado un libro titulado Cerebro y pantallas. Cómo las pantallas impactan en el desarrollo cognitivo en la infancia y la adolescencia (Ediciones Destino, 2024). El tema es controvertido y está generando numerosos debates en las sociedades principalmente europeas, donde parece existir una mayor conciencia y preocupación sobre la posible influencia nociva de la exposición a las pantallas de los dispositivos electrónicos (teléfonos celulares, tabletas, televisiones, etc.) en el desarrollo del cerebro infantil.
Como en otros temas controvertidos de la actualidad –el cambio climático y el calentamiento global, por ejemplo– los interesados se colocan en dos extremos aparentemente reconciliables: los que piensan que la exposición temprana a las pantallas es benéfica para los infantes y quienes consideran que son perjudiciales para el sano desarrollo cerebral de los bebés, niños y jóvenes. María Couso propone cambiar la pregunta dicotómica que nos hacemos (¿benéfico o perjudicial?) porque partiendo de posiciones extremas irreductibles es muy difícil acercarnos a la verdad y llegar a una solución satisfactoria.
Creo que un enfoque más útil sería preguntarnos qué tipo de ciudadanos queremos para el futuro, cuando los que hoy son niños se conviertan en adultos. La respuesta es obvia: deseamos que los adultos del futuro sean responsables y enfrenten los retos que les toque vivir con las mejores herramientas intelectuales y afectivas posibles. Eso pasa necesariamente por un desarrollo cerebral adecuado y una educación familiar y escolar de gran calidad.
Para saber si la exposición a las pantallas de los dispositivos electrónicos hoy omnipresentes tienen algún impacto en ambas esferas –el desarrollo neurológico y la calidad educativa– lo ideal es que contemos con estudios científicos rigurosos con los que se haya estudiado a poblaciones de niños y niñas a lo largo de un tiempo suficiente. En este momento no existen numerosos estudios longitudinales como esos, pero la información de la que ya disponemos, obtenida incluso de estudios transversales en los que se compara en un mismo lapso de tiempo a poblaciones infantiles que se han expuesto o no a estos dispositivos, es bastante inquietante y señala que en niños entre los dos y seis años de edad, el efecto de las pantallas es claramente perjudicial.
Horroriza observar cómo en muchas familias se utilizan los teléfonos celulares y las tabletas como sustitutos de los juguetes tradicionales y se ponen en manos niños muy pequeños que así dejan de importunar a sus padres con sus berrinches. Estos dispositivos tienen una fuerte influencia en el circuito cerebral de recompensa cuyo mediador químico, la dopamina, genera una sensación de bienestar similar a la que experimenta el adicto a las drogas cuando inhala o se inyecta la sustancia de la que depende.
Algo han de saber quienes desarrollan estos dispositivos, tanto los instrumentos como las aplicaciones con los que operan, cuando a sus hijos les prohíben su uso hasta que alcanzan la adolescencia y los envían a estudiar a escuelas que siguen los métodos pedagógicos tradicionales: libros impresos, escritura en papel, pizarrones, etc.
En 2015, una publicación de la revista electrónica CCCBLAB del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona señalaba la importancia de reinvindicar una formación humanística en relación a las nuevas tecnologías, para que los ciudadanos participen en los debates sobre los cambios que están generando en la sociedad, “con el fin de mantener una sociedad éticamente activa y conocedora de las garantías necesarias para el mantenimiento de sus derechos y sus libertades”.
Sólo así las usaremos de una manera juiciosa y evitaremos ser manipulados por quienes las desarrollan para beneficio propio, aunque nos digan que sólo lo hacen por el bien de la humanidad.
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