Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes

 

El ciudadano atento 

Leer a los que escriben
(segunda parte)

Dr. Luis Muñoz Fernández 

Como decíamos la semana pasada, a Fernando Aramburu se le conoce sobre todo por su novela Patria (2016), en la que retrata de manera magistral la vida interna de dos familias vascas envueltas en la atmósfera asfixiante y opresiva del terrorismo etarra. Para quienes no conocemos de primera mano el País Vasco de aquellos años terribles, la novela nos permite ponernos en el lugar de sus personajes, unos amenazados y asesinados a sangre fría y los otros intoxicados por un discurso nacionalista que no sólo justifica, sino que ejecuta acciones criminales en nombre de una identidad excluyente y mal entendida. Sorprende el papel que jugaba en todo ello cierta facción de la Iglesia católica vasca poniéndose del lado de los asesinos.

Pese a que es algo implícito en su producción literaria, lo que se conoce menos de Aramburu es su pasión por la lengua española o castellana. Una serie de textos breves (microrrelatos, dice mi amigo y colega Julián Arista) reunidos en un volumen titulado Autorretrato sin mí (2018) da fe de ello:

“Otros trabajan el oro, la madera, la harina. Yo me afané con las comunes palabras del idioma castellano. En el hogar modesto las posibilidades de elección eran escasas. Busco entonces, con catorce, con quince años, una ocupación que me dispense de repetir el destino laboral de mi padre en una fábrica. El presupuesto familiar no alcanza para instrumentos musicales, para estancias en el extranjero ni estudios en alguna institución de renombre. Descubro, no sé cuándo, no sé cómo, tal vez leyendo los libros obligatorios del colegio, un raro fulgor que a veces desprenden las palabras. Las palabras son, además, baratas. Las palabras son de todos.

Son de todos, pero hay que conocerlas. No tardo en comprobar que su recto manejo requiere un largo aprendizaje…”.

En otro microrrelato, nostalgia pura, Aramburu abandona Donostia (San Sebastián), su ciudad natal, para emigrar a Alemania, e imagina cómo a sus padres los embarga la tristeza y cómo sus amigos y parientes lo irán olvidando con el paso del tiempo “en inexorable goteo de defunciones”. Lo olvidará el mar “que tanto me quería. Y al fin no serán menos negros ni menos hondos los huecos de mi memoria”. Todos los que hemos emigrado experimentamos ese olvidar y ser olvidados conforme la fecha de la partida va quedando atrás y se ahonda cada vez más el pozo de la desmemoria.

Leer las columnas que Fernando Aramburu publica cada martes en El País me depara la sorpresa de encontrar expresiones felices cuya existencia ignoraba hasta que las veo aparecer en sus líneas. Es el caso de la titulada La ciudad y los días publicada el pasado 12 de marzo de 2024. En ella, Aramburu reflexiona sobre los cambios que sufren las ciudades con el paso del tiempo: “Los cambios se producen de forma más o menos paulatina. Resultan, sin embargo, bruscos o llamativos para los ausentes que un día o de uvas a peras visitan su lugar de procedencia. Me refiero a los emigrantes, a los exiliados donde los haya y tal vez, aunque por fortuna carezco de experiencia en la materia, a quienes pasaron largo tiempo recluidos en prisión. Cada vez que vuelvo a mi ciudad natal, constato cambios”.

“De uvas a peras”, la expresión de un lapso de tiempo que, de acuerdo a la cosecha de esos frutos, las uvas en el otoño y las peras a finales del verano siguiente, corresponde casi a un año. Una forma de referirse a hechos que tardan mucho en repetirse. ¡Qué bella manera de decirlo!

Una semana antes publicó la columna Rafael Narbona y la felicidad, en la que se refiere con evidente afecto a ese escritor poco conocido –“veo un corazón limpio en el empeño del escritor por ponerle cimientos a la esperanza y en reconocerle al hombre una dimensión espiritual”– y a su último libro, al que habré de referirme en una próxima ocasión porque es un verdadero tesoro. Iba a terminar el día de hoy esto de los escritores-columnistas en El País, pero mi buen amigo Rodolfo Vázquez me recordó a uno más: Javier Cercas, extremeño de nacimiento y catalán por voluntad propia que no puedo dejar de compatir. Lo haré la semana que viene.

Comentarios a : cartujo81@gmail.com

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