Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes

 

El ciudadano atento 

Prometer, comprometerse

Dr. Luis Muñoz Fernández 

Hay un refrán que reza así: “Prometer no empobrece”. Eso lo saben muy bien todos aquellos que viven de llevar agua a su molino, sobre todo los que hacen del poder, ya sea humano o divino, una forma de vida más que holgada.

Pese a ello y para la mayoría hoy, prometer y comprometerse da temor. Se rehúye del compromiso. Parece propio de la incertidumbre y la inestabilidad de nuestros días. Esa cualidad que el sociólogo Zygmunt Bauman bautizó como modernidad líquida. Todos somos testigos, algunos más conscientes que otros, de la desaparición de lo que había permanecido por décadas o incluso siglos.

Como ejemplo no puedo dejar de recordar aquellas siglas misteriosas que a un niño español del tardofranquismo le sonaban ominosas y llenas de misterio: U.R.S.S. (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), un país oscuro, frío, de extensión infinita, siempre pertrechado y amenzante tras el telón de acero. Un gobierno cuyos líderes impertérritos, de rasgos hieráticos esculpidos en piedra (estoy pensando en Leónidas Brézhnev), parecían impenetrables. Y, sin embargo, casi nada queda ya de todo aquello. El líder actual, ansioso de renovar viejas glorias, no deja de ser una copia bastante imperfecta de sus predecesores.

Volvamos a la liquidez, o a la falta de ella, tal como lo cuenta Antonio Muñoz Molina en un ensayo imprescindible titulado Todo lo que era sólido:

“Todo lo que era sólido se desvanece en el aire. Lo que recordamos es como si no hubiera existido. Lo que ahora nos parece retrospectivamente tan claro era invisible mientras sucedía. En Nueva York, entre 2004 y 2006, cada mañana laboral, yo salía del metro en una estación de la Calle 50 Oeste y lo primero que veía era un edificio de acero y cristal que gracias a algún artificio tecnológico tenía toda la fachada convertida en una pantalla. Se veían cifras de cotizaciones financieras, se veían oleajes que rompían contra playas agrestes y paisajes vertiginosos del Gran Cañón o de las praderas del Oeste o los arrecifes de coral. Se veía aparecer y desaprecer y agigantarse hasta cubrir varios pisos el letrero de la firma bancaria Lehman Brothers.

Un día de 2008 salía del metro y la gran pantalla móvil que ocupaba el edificio entero se había apagado y las hileras de ventanas tenían la opacidad de los lugares que llevan abandonados mucho tiempo. De un día para otro uno de los bancos de inversiones más poderosos del mundo había dejado de existir. Lo que había valido mucho de pronto no valía nada. Y quienes había parecido que poseían un conocimiento tan profundo de la realidad que les permitía formular predicciones con la certidumbre tranquila de los antiguos augures resultaba que no sabían nada, que no habían anticipado el desastre y ahora no tenían ni idea de cómo remediarlo”.

Esa incertidumbre es el espíritu de esta época en la que el individualismo extremo, alentado al infinito, ha provocado enormes agujeros en la red de protección comunitaria que nos amparaba en los momentos de necesidad. Por eso los jóvenes temen prometer, incluso tener hijos. Surfean sobre las olas de una realidad inestable y cambiante. La filósofa Marina Garcés dedica unas duras palabras sobre la situación actual del compromiso en El tiempo de la promesa:

No puedo prometer nada, dicen las voces impersonales que nos contestan en las instituciones y los servicios de atención al cliente. Lo repite el mercado de trabajo, la persona de quien te has enamorado, el propietario que te alquila un piso o el médico que no sabe qué hacer con tu malestar. No puedo prometerte nada podría parecer una expresión de humildad, pero como mucho es una fórmula de falsa modestia bajo la que se esconden el cinismo y la indiferencia que caracterizan las relaciones sociales de nuestro tiempo”.

Hace una semana nos apeteció comer hamburguesas y llamamos a un conocido servicio de entrega a domicilio. Ante la tardanza excesiva, sin contacto con el repartidor, pedimos un nuevo tiempo estimado de entrega. Atención al cliente pronunció la fórmula fatídica: “No nos comprometemos a que su alimento llegue en los siguientes 20 minutos”. Cancelamos el pedido.

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