Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes

 

El ciudadano atento 

Buitres

Dr. Luis Muñoz Fernández 

Cuando un estimado colega me dijo que su hijo se iba a estudiar un posgrado en “ciencia de los datos”, debo haber puesto una cara impávida para intentar ocultar mi ignorancia acerca de lo que me estaba diciendo. Admito que en ese momento no sabía con exactitud a qué se refería y qué importancia podría tener el estudio de algo tan arcano y poco revelador para mí. ¿Datos?, ¿qué datos?

Por fortuna, a principios de este año se me invitó a dar una charla en un simposio para celebrar el vigésimo aniversario del Colegio de Bioética, una agrupación multidisciplinaria a la que me honro en pertenecer, formada por mentes inquietas en torno a los controvertidos temas en los que se interesa esta joven disciplina: el origen y el final de la vida, los dilemas éticos de la práctica médica y la investigación científica y los derivados de nuestra relación con el planeta y el resto de los seres vivos.

Como me he venido interesando en nuestra relación con la tecnología desde hace algún tiempo, titulé a mi intervención La vigilancia de la que somos objeto, en referencia a lo que está sucediendo con el uso cada vez más frecuente de los llamados “dispositivos inteligentes” que hoy están por todas partes. La idea central de esta ponencia fue poner en evidencia que el uso que actualmente hacemos de los teléfonos celulares, computadoras y sus complementos nos pone en riesgo como individuos y como sociedad.

Una de las obras que consulté para prepararme fue la de la filósofa mexicana Carissa Véliz, profesora en la Facultad de Filosofía y el Instituto para la Ética en Inteligencia Artificial de la Universidad de Oxford. Su libro, cuya lectura no sólo recomiendo, sino que me parece que debería ser obligatoria a partir del bachillerato, se titula Privacidad es poder. Datos, vigilancia y libertad en la era digital (Debate, 2021). Aunque no ha sido la única fuente consultada, creo que es una obra fundamental sobre este delicado tema. Sus argumentos están bien respaldados, está escrita con un lenguaje claro y contiene algunas propuestas interesantes que merecen tomarse en cuenta.

No pretendo hacer una reseña completa en este breve espacio, sólo señalar algunos puntos que me parecen relevantes y así, de pasada, tratar de generar inquietud e invitar a leer este libro tan pertinente. Sus primeros renglones son propios de una novela de espías que, al fin y al cabo, es de lo que se trata: el espionaje del que somos víctimas y que no tiene nada de ficticio:

“Nos vigilan. Saben que estoy escribiendo estas palabras. Saben que las estás leyendo. Gobiernos y cientos de empresas nos espían: a ti, a mí y a todos nuestros conocidos. Cada minuto, todos los días… Quieren saber quiénes somos, qué pensamos, dónde nos duele. Quieren predecir nuestro comportamiento e influir en él”.

Cada vez que usamos nuestro teléfono celular, nuestra computadora o cualquiera de los dispositivos inteligentes que, según nos dicen, están ahí para “hacer del mundo un lugar más conectado y mejorar nuestra vida”, dejamos una huella invisible para nosotros, pero que es minuciosamente registrada, recolectada, analizada, clasificada y empaquetada por quienes Carissa Véliz llama los “buitres de datos”. Los mentados datos son los rastros de nuestra intimidad, un jugoso negocio que igual se vende a bancos, compañías aseguradoras, empresas de telecomunicaciones, gobiernos y hasta a organizaciones de delincuentes.

No importa si somos famosos o ciudadanos comunes y corrientes. Ignorantes de esos carroñeros que vuelan en círculos cada vez más cerrados en las alturas de la nube digital, no nos damos cuenta cuando descienden una y otra vez para llevarse entre sus picos y garras los jirones de nuestras vidas íntimas.

Lo peor es que nadie nos puede garantizar, pese al discurso del respeto a la privacidad, la encriptación y la anonimización de los datos, que esa información no termine en manos indeseables.

Comentarios a : cartujo81@gmail.com

 

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Transparencias e impudicias
Sestear (segunda parte)
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