Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes

 

El ciudadano atento 

Los ideales

Dr. Luis Muñoz Fernández 

Hoy tener ideales es anacrónico, tanto en lo referente al devenir de la sociedad en su conjunto, como para una persona de la edad de quien esto escribe. El paso del tiempo se lleva algo más que el vigor físico y otras potencias: va barriendo las ilusiones que acariciamos en la juventud. Uno se vuelve cada vez más pragmático y acaba dando la razón a aquel refrán catalán que dice: “Salut i pessetes i el demés a fer punyetes!”, que traducido al español sería “¡Salud y pesetas y lo demás a hacer puñetas! Valga la pena aclarar que “a hacer puñetas” significa desechar sin miramientos algo superfluo.

Creo sinceramente que es importante tener y conservar algunos ideales. Con ideales me refiero a los elevados, los que buscan el bien común antes que el propio. Los otros, aglutinados en torno al provecho personal, prefiero llamarlos intereses.

En el caso concreto del médico, son esenciales. Eso el Dr. Salvador Zubirán, fundador del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición que lleva su nombre, lo tuvo muy claro desde el principio. Por eso dotó a su creación y a quienes nos formamos en ella de una filosofía que expresa su ideal de la medicina: la mística. Para algunos, es el principio rector de su vida profesional e incluso personal, para otros es un asidero ante la dificultad y las tentaciones. Para algunos pocos, es un referente lejano, pero referente al fin. Siempre es un vínculo de identidad y fraternidad.

Toda institución de salud que no tuvo ni tiene ideales o que los ha perdido en el camino adolece de un hueco profundo, de un vacío que intenta llenar de varias maneras. Allí donde la influencia benéfica del médico y su entrega al que sufre se ausentan, lo burocrático crece. Los ideales son reemplazados por voluminosos documentos, procesos administrativos, evaluaciaciones del desempeño y la productividad e “indicadores de calidad”. No es que todo eso sea malo, lo triste es que sea el centro de una institución que no tiene ideales. Sin ellos, sus miembros se entregan dócilmente a la rutina y a la mediocridad y la atención que brindan es cada vez más desalmada.

El sistema de salud es uno de los pilares más importantes de una sociedad democrática. Desafortunadamente, en México todavía no hemos entendido que hacer de las instituciones de salud un botín político es degradarlas hasta lo grotesco y cometer un crimen en contra de los ciudadanos. Lo habitual es usarlas para el provecho personal o corporativo, en lugar de cuidarlas con esmero y hacerlas crecer para beneficio de quienes acuden a ellas con la salud quebrantada y la vida en peligro. Desde luego, hay excepciones, pero son tan escasas que parecen algo exótico, fruto de la casualidad.

Decíamos que cultivar los ideales es hoy algo anacrónico. Eso no sería tan grave si se refierese solamente a aquellos adultos de ideas fijas y considerable soberbia que difícilmente enderezarán el rumbo de su vida. Lo que sí es mucho más peligroso y sobre todo triste es la falta de ideales en muchos jóvenes. Carentes de ellos, sólo tienen intereses materiales. Todo ello fomentado y alentado por el rampante individualismo de nuestros días. Aislados y distraídos, navegamos hacia un futuro incierto que tal vez llegue a ser peor que nuestro ya descarnado presente.

El mismo médico que hace 20 años incluyó la compasión como uno de los ideales del Hospital en su redefinición, nos acaba de recordar hace pocos días que el acto médico es, antes que cualquier otra cosa, un acto moral. Ignoro si la compasión sigue estando, aunque sea solamente por escrito, en la declaración de los principios hospitalarios. Por si su mención llegase a despertar la extrañeza o provocar un torcido gesto de desprecio, me permitiré aquí citar la definición que da de ella el teólogo y filósofo Juan José Tamayo:

“El verdadero sentido de la compasión es ponerse del lado del otro, más aún, en el lugar de las otras y los otros sufrientes en una relación de igualdad y empatía, asumir el dolor de las otras personas como propio, interiorizar a la otra persona dentro de nosotros y nosotras, sufrir no sólo con los otros, sino en los otros, hasta identificarse con quien sufre y con sus sufrimientos, cuestión que no resulta fácil, pero que es necesaria”.

El que tenga ojos para ver, que vea, y el que tenga oídos para oír, que oiga.

Comentarios a : cartujo81@gmail.com

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