El ciudadano atento
Los mimbres y la dignidad
Dr. Luis Muñoz Fernández
Cada vez con mayor frecuencia me pregunto cómo actuaría yo –ante el caos actual, tal vez sería mejor decir “cómo actuaré yo”– en el caso de enfrentar la situación extrema de una guerra como lo tuvieron que hacer mis familares. Ellos, que podrían haber muerto durante la Guerra civil española y sufrieron las dentelladas del hambre y otras carencias en la posguerra, lograron sobrevivir, rehacerse y progresar hasta formar una familia que a mi hermano y a mí no sólo nos evitó esas penalidades, sino que nos permitió realizarnos plenamente. ¿De dónde sacaron fuerzas para seguir adelante y proteger a los suyos? ¿Cómo mantuvieron su dignidad?
Todo esto se me ha vuelto a presentar al empezar a leer la autobiografía de Katalin Karikó, la científica húngara-estadounidense que ganó el Premio Nobel de Medicina o Fisiología junto a Drew Weissman en 2023 “por sus descubrimientos sobre modificaciones de bases de nucleósidos que permitieron el desarrollo de vacunas de ARNm eficaces contra la Covid-19”, es decir, por haber descubierto una nueva manera de fabricar vacunas útiles contra el coronavirus.
Rompiendo barreras. Mi vida dedicada a la ciencia (geoPlaneta, 2024) es una bella autobiografía en la que desde el principio su autora advierte que la escribió como agradecimiento tardío a todos aquellos que le enseñaron algo bueno en la vida, muy particularmente a los que fomentaron desde niña su inclinación natural a la ciencia.
Dedica páginas hermosas a describir sus humildísimos orígenes en un pueblo húngaro con nombre difícil de pronunciar, Kisújszállás, sin omitir su admiración e inmenso cariño a sus padres ¬–él, carnicero y ella, dependienta de una farmacia–, que soportaron las difíciles circunstancias que les tocó vivir durante la Segunda Guerra Mundial pero, sobre todo, durante los gobiernos ferozmente comunistas de la posguerra. En uno de esos pasajes, podemos leer lo siguiente:
“Yo observaba a aquellas personas que habían sobrevivido a tantas cosas. Escuchaba sus historias –guerras, hambre y listas negras– y pensaba con cierto asombro: tengo padres, tengo un techo sobre mi cabeza, zapatos en mis pies y comida en la mesa”.
Yo puedo decir exactamente lo mismo. Llego a la conclusión de que nadie está preparado para enfrentar algo así y que cuando nos toca, son los mimbres de los que estamos hechos los que determinan nuestro comportamiento. Esos rasgos de sencilla y cotidiana heroicidad surgen si ya estaban sembrados de antemano en nuestro interior. De ahí que sea de capital importancia que los plantemos en nuestros hijos, que se les infundan mediante la educación a los ciudadanos, que toda “ley para promover los valores” es inútil si antes los seres humanos de una comunidad no los tienen grabados en lo más profundo de su corazón.
Cuando nos preguntamos sobre la dignidad nos topamos con un concepto que parece eludir una definición precisa y universalmente aceptada. ¿Qué es la dignidad atribuida al ser humano y también ahora otorgada por algunos a los animales no humanos? De todos las definiciones que pueda tener en relación con lo que estamos tratando, tomo la del filósofo Javier Gomá Lanzón, que considera a la dignidad un contrapeso de la miseria. En su libro titulado precisamente Dignidad (Galaxia Gutenberg, 2019) dice que “el mundo es el escenario donde se libra la guerra entre la miseria y la dignidad”. Además, afirma que le gustaría que su libro sirviese para “aliviar al lector, hombre y mujer, del dolor de una desgracia, desterrar su melancolía y, acopiando argumentos hábiles para elevar su espíritu, tratar de compensarlo de las muchas miserias que afligen la condición humana”. Para Gomá la dignidad es “un poder antiguo, ancestral, que hunde sus raíces en los estratos profundos de la historia y la naturaleza humana, y al mismo tiempo poder novísimo, como acabado de nacer…”.
Me consuela saber que en algún rincón de mí mismo se encuentra esa fortaleza que me legaron mis mayores. Y que ante una enfermedad incurable o en el caso de una guerra, podré echar mano de ella para despedirme de la vida sin que los míos se avergüencen de mis flaquezas.
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