El ciudadano atento
Una fuerza de la naturaleza
Dr. Luis Muñoz Fernández
La expresión “es una fuerza de la naturaleza” se aplica a un ser humano lleno de energía, imparable, inolvidable, que tiene una personalidad arrolladora. Creo que esta semana conocí a alguien así.
En dos o tres ocasiones anteriores en las que su madre me había invitado a alguna de sus presentaciones no había podido acudir. Sin embargo, el pasado viernes 6 de diciembre recibí por WhatsApp un mensaje suyo para invitarme a una nueva presentación, un monólogo titulado Un diván, una cita y un confesionario. Me tomó por sorpresa porque, aunque lo conozco desde que era niño, no había establecido con él una relación propiamente dicha. Esta vez hice un hueco en mi trabajo vespertino y acudí cuatro días después a Blue flamingo, un centro cultural en pleno centro de Aguascalientes. Fue una experiencia inolvidable. Nunca antes había presenciado algo parecido.
Ante un reducido público –para él selecto, como nos dijo poco antes de empezar–, en un pequeño patio interior del edificio y con un piano y una botella de agua como únicos acompañantes, Rafael Reyes Aboytes inició el monólogo. Lo primero que pensé fue en su valor, en lo valiente que hay que ser para exponer ante los asistentes conceptos tan profundos y cotidianos a la vez, para desnudar el alma ante los demás sólo con la ayuda de la voz, su deambular en aquel diminuto espacio, sus gesticulaciones y la música del piano que él mismo ejecutaba de manera impecable.
Su voz, fuese con el discurso o al cantar de vez en cuando acompañado del piano, es impactante. Sale de lo más profundo, como el grito de asombro y desolación de Jerjes, el emperador derrotado por los griegos, que Rafael personificó por unos momentos citando de memoria un párrafo de Los persas, tragedia escrita por Esquilo en el 472 a. C. Todo para enseñarnos que “cuando la palabra se desvanece, aparece la música” (creo que eso fue lo que dijo).
Rafael monologó, cantó y tocó por cerca de hora y media y nos mantuvo cautivos con su fuerza magnética, sus sentimientos y su lenguaje corporal sin que nos atreviésemos a hacer el menor ruido. Había que escucharlo dirigirse a una psicoterapista imaginaria a la que, tras la cuarta sesión psicoanalítica, le declaró su amor. Aprovechó para, entre línea y línea, deslizar algunas críticas a sus propios demonios y a la fe secular de nuestros días. Y hablando de demonios, nos recordó que los suyos también pueden ser los nuestros. No se equivoca.
No soy un lector frecuente de poesía, pero el monólogo de Rafael me pareció que lo era. Y a la hora de buscar inspiración para escribir esta columna recordé a Friedrich Hörderlin, un gran poeta alemán, del que sólo me había bastado un verso para quedar profundamente impresionado: “Donde está el peligro, crece también lo que salva”. Pese a todas las adversidades que a las que nos tengamos que enfrentar, pese a los peligros que hoy más que nunca acechan al género humano, guardemos una esquirla de esperanza, parece decirnos Hörderlin. Él, que enfrentó tan graves circunstancias vitales.
Estimulado por el espectáculo de alta calidad que nos ofreció Rafael, recordé que por ahí tenía una biografía de Höderlin a la que su autor, Rüdiger Safranski, tituló Hölderlin o El fuego divino de la poesía. No habrá sido casualidad que pocos días antes de esa presentación, mi colega fraterno Jorge Anselmo Valdivia me mostrase asombrado y deleitado un poema del propio Rafael. Sí, Rafael parece participar de ese fuego divino al que Hörderlin se refería en este otro verso: “Impulsa también a partir el fuego divino, en el día y en la noche. Y así ¡ven! para que veamos lo abierto”. Sobre lo anterior, Safranski afirma: “Apenas lograremos un acercamiento a Hörderlin si no somos sensibles para el «fuego divino», como quiera que se entienda su significación”.
Todavía estoy asimilando lo que atestigüé el pasado martes 10 de diciembre. De lo que estoy seguro es que estuve frente a un artista y un pensador más que notable, que merece públicos más numerosos y mejores, así como espacios a la altura de un arte que es exigente, pero que primero le exige a él que se transforme al ejecutarlo en una verdadera fuerza de la naturaleza. Rafael lo es.
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