El ciudadano atento
Octogésimo Aniversario
Para mi querido amigo Arnoldo Kraus
Dr. Luis Muñoz Fernández
Hace poco conversaba con un amigo, poseedor de una vasta cultura y católico pensante, sobre la película Nosferatu. Me dijo que no le había gustado y se extrañó muchísimo de que a mí sí. “¿Cómo es posible –me dijo–, si es la representación de la maldad pura?”. En aquel momento no supe qué responderle, pero ahora estoy en posibilidad de hacerlo: precisamente por eso, porque a la maldad, si deseamos conjurarla, hay que intentar mirarla de frente, verla a los ojos, entenderla.
El pasado lunes 27 de enero de 2024 se cumplieron 80 años de la “liberación” del complejo de campos de exterminio conocidos como Auschwitz. Escribo liberación entre comillas porque me pregunto si algo tan horroroso puede ser liberado. Lo ocurrido hace ochenta años fue, en cierta manera, un cambio de dueños y claro, su desmantelamiento. No conviene olvidar, y menos en este momento en el que volvemos a ser testigos del ascenso de un emperador oligofrénico que se ha rodeado de una corte de hombres sin escrúpulos, que los nazis se inspiraron en las ideas eugénesicas puestas en práctica décadas antes por los norteamericanos.
Disponemos de muchas fuentes para intentar entender lo ocurrido. Hay que saber expurgar entre mucho de lo que se ha escrito y se sigue escribiendo. Tanto que ya empezamos a notar cierta trivialización (¡banalización!) de aquel mal. El propio campo de concentración principial (Auschwitz I) se ha convertido en un destino turístico de moda, en cuya entrada los visitantes se toman selfies con el famoso letrero –Arbeit macht frei, El trabajo libera– al fondo.
Elie (Eliezer) Wiesel (1928-2016), un judío nacido en Sighet, un pueblo de la Transilvania húngara, nos cuenta en su Trilogía de la noche (1958-1961) con qué sigilio se fueron acercando los nazis a su comunidad sin provocar la alarma entre sus habitantes. La deportación inicial de los judíos que no habían nacido en el pueblo, entre los que estaba Moshé-Shames, su maestro de Cábala, al que quería mucho: “Era muy pobre y vivía miserablemente […] No molestaba a nadie. Su presencia no estorbaba a nadie. Era un maestro en el arte de hacerse insignificante, de volverse invisible”.
Moshé-Shames y los demás judíos “extranjeros” fueron llevados a un bosque de la región de Galitzia y los obligaron a cavar fosas: “Cuando terminaron la tarea, los hombres de la Gestapo comenzaron la suya. Sin pasión, sin apresurarse, abatieron a sus prisioneros. Cada uno de ellos debía acercarse al foso y presentar la nuca. Los bebés eran lanzados al aire y las ametralladoras los tomaban como blanco”. Moshé-Shames escapó de la muerte porque, herido, sus captores lo creyeron muerto.
Para los judíos nacidos en Sighet vino después el confinamiento en un área del pueblo, el gueto y, finalmente, la deportación en vagones para ganado a Auschwitz-Birkenau (Auschwitz II), en la Polonia ocupada. La descripción de una de tantas llegadas a aquel infierno da inicio al escalofriante ensayo La mecánica del exterminio. La industrialización de la muerte en los campos de concentración nazis (Crítica, 2025), del doctor Xabier Irujo, director del Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada en Reno y profesor de estudios de genocidio:
«Salimos del vagón en Auschwitz-Birkenau y mi madre se aferró a nosotras fuertemente. Cuando llegamos frente a él, nos separó de un golpe en la mano. Mi madre agarró a mi hermana pequeña, y mediante un gesto él las dejó ir juntas. Esa fue la primera vez que vi al doctor Mengele». “Lydia no volvió a ver a su madre ni a su hermana menor. La decisión de las madres de permanecer junto a sus hijos más pequeños era una de las pocas súplicas que los guardias estaban dispuestos a atender, ya que ello significaba enviar a estas madres y a sus hijos a las cámaras de gas […] Los campos respondían a un razonamiento genocida y se regían en virtud de un método guiado por un patrón implacable, propio de uno de los episodios más crueles y sangrientos de la historia de la humanidad”.
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