El ciudadano atento
El rio de oro
Dr. Luis Muñoz Fernández
“Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir:
allí van los señoríos,
derechos a se acabar
y consumir; |
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos;
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos”. |
Copias por la muerte de su padre. Jorge Manrique |
Aunque comparada con la de otras especialidades médicas, la comunidad de los patólogos mexicanos es pequeña, se entristeció toda entera al enterarse de que había quedado huérfana de una madre de la que aprendió los secretos de las enfermedades infantiles. Cecilia Ridaura Sanz, maestra de la patología pediátrica mexicana y latinoamericana, fue a dar en la mar el pasado jueves 19 de septiembre de 2024.
Conocí a la doctora Ridaura en 1989, cuando siendo residente de segundo año de anatomía patológica en el Instituto Nacional de la Nutrición, me empeñé en rotar por el Instituto Nacional de Pediatría. Aquel departamento encabezado por su esposo, el doctor Eduardo López Corella, gozaba de una fama académica, docente y de investigación bien ganada. Formaban parte de aquel equipo los doctores Miguel Reyes Múgica, Beatriz de León Bojorge, Gilberto Medina Escobedo y Gabriela Braun Roth. No negaré que en mi empeño existía un motivo adicional: mi esposa Lucila (mi novia en ese entonces) era residente de pediatría en el mismo Instituto.
Aquella estancia con el tándem que formaban la doctora Ridaura y el doctor López Corella y sus colaboradores fue para mí inolvidable. No sólo porque aprendí las bases de esta subespecialidad de la patología dedicada a las enfermedades de la infancia, sino porque disfruté de un ambiente muy estimulante y cordial. De inmediato sentí una gran afinidad por el estilo de trabajo y el trato afectuoso de la doctora Ridaura. Una verdadera maestra que me enseñó mucho más que patología pediátrica.
Con los años supe que había sido hija de un matrimonio de médicos que participaron como tales en el bando republicano durante la Guerra civil española. Su madre, Cecilia Sanz Sanz, había nacido en Játiva, población de la provincia de Valencia, y se había distinguido por ser una mujer adelantada a su época. Junto con su esposo Vicente Ridaura Álvarez, llegó a Veracruz como parte del exilio republicano en junio de 1939 a bordo del mítico Sinaia. En Tampico, donde vivieron, su benéfica labor social sigue siendo recordada con un festival cultural anual que lleva su nombre.
La doctora Cecilia Ridaura Sanz afirmaba que su primer apellido significa “río de oro”. Se sabe que Ridaura es un toponímico catalán presente en las provincias de Valencia, Barcelona y Girona. En la comarca de la Garrotxa (Girona), cerca de la frontera con Francia, existe todavía un pequeño pueblo llamado Ridaura y las ruinas de un monasterio benedictino del mismo nombre fundado en el año 852. Los expertos en linaje afirman que ese nombre proviene del latín medieval “Rivo de Àzare” o “ Riu d’Àzar”. Vaya usted a saber.
Para los patólogos mexicanos, ella fue sin discusión alguna un caudaloso río de oro que a su paso por este cauce que es la vida fue regalándonos pepitas de ciencia, jovial entusiasmo, docencia, decencia, curiosidad infinita y fiel amistad. Walter Jackson Bate afirmaba que al vincularnos a la grandeza podemos ser más libres “para ser nosotros mismos, para ser aquello que más deseamos y valoramos”. Ahora que sus aguas se mezclan con las del océano eterno, le deseamos a la doctora Cecilia Ridaura Sanz que descanse en paz libre de las ataduras del tiempo, para alcanzar así el infinito.
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