El ciudadano atento
Un mundo cada día más ajeno
Dr. Luis Muñoz Fernández
A principios de esta semana conversaba telefónicamente con mi amigo Arnoldo Kraus, médico, bioeticista y escritor, cuando me repitió varias veces: “Luis, este ya no es nuestro mundo”. Sus palabras han estado dando vueltas en mi cabeza –lo que por el diámetro a recorrer debe ser un periplo fatigoso– hasta el día de hoy. Es algo en lo que vengo pensando cada vez con mayor frecuencia y me pregunto si no será un efecto de la edad. Alcanzada la vejez, se suele pensar que “todo tiempo pasado fue mejor”. El hecho de que otros lo piensen también, la mayoría viejos como uno, no garantiza que sea verdad, porque el conocimiento de la realidad no depende del número de creyentes.
Lo que es un hecho es que otros se han ocupado del tema desde la antigüedad hasta nuestros días. Dado que nos estamos refiriendo al mundo contemporáneo, resulta conveniente recurrir a Tony Judt (1948-2010), historiador británico experto en el siglo XX, que poco antes de morir por esclerosis lateral amiotrófica publicó un libro titulado Algo va mal (Taurus, 2010), en el que dice lo siguiente:
«Hay algo profundamente erróneo en la forma en que vivimos hoy. Durante treinta años hemos hecho una virtud de la búsqueda del beneficio material: de hecho, esta búsqueda es todo lo que queda de nuestro sentido de un propósito colectivo. Sabemos qué cuestan las cosas, pero no tenemos idea de lo que valen. Ya no nos preguntamos sobre un acto legislativo o un pronunciamiento judicial: ¿es legítimo? ¿Es ecuánime? ¿Es justo? ¿Es correcto? ¿Va a contribuir a mejorar la sociedad o el mundo? Estos solían ser los interrogantes políticos, incluso si sus respuestas no eran fáciles. Tenemos que volver a aprender a plantearlos.
El estilo materialista y egoísta de la vida contemporánea no es inherente a la condición humana. Gran parte de lo que hoy nos parece “natural” data de la década de 1980: la obsesión por la creación de riqueza, el culto a la privatización y el sector privado, las crecientes diferencias entre ricos y pobres. Y, sobre todo, la retórica que los acompaña: una admiración acrítica por los mercados no regulados, el desprecio por el sector público, la ilusión del crecimiento infinito.
Siempre ha habido ricos, igual que pobres, pero en relación con los demás [siglos], hoy son más ricos y más ostentosos que en cualquier otro momento que recordemos. Es fácil comprender y describir los privilegios privados. Lo que resulta más difícil es transmitir el abismo de miseria pública en que hemos caído».
Lo anterior se suma a la crisis climática que amenaza seriamente a toda la humanidad. Todo ello ante la indiferencia e incluso con la colaboración de la mayoría de la población, ya sea por desconocimiento, pereza, manipulación –léase alienación por el uso inmoderado de los dispositivos electrónicos¬– o temor. De cualquier manera, los que estamos un poco más enterados y somos más conscientes tampoco podemos hacer gran cosa para cambiar la situación. Parece un callejón sin salida.
Es obvio que el estilo de vida descrito por Judt con esa ilusión del crecimiento infinito a la que alude no son solamente perjudiciales, sino francamente peligrosos para todos. Es claro también que quienes hoy detentan el poder no lo ignoran, pero parece importarles muy poco ya que confían su cómoda supervivencia a los búnkeres que están construyendo en algunos lugares del mundo y a la peregrina idea de mudarse a otro planeta con sus naves espaciales. Y no es un relato de ciencia ficción.
Esa sensación de profundo desacuerdo con el mundo actual la describe de manera magistral el escritor Antonio Muñoz Molina en su última columna sabatina en el periódico El País:
«Los ricachones de ahora, ebrios por su victoria absoluta sobre las ciudadanías y los gobiernos, quieren imponernos lo que según ellos es mejor para nosotros […] Creen que el dinero que han amasado es la prueba de su inteligencia y de su superioridad, y nos dictan cómo hemos de vivir y cómo será nuestro futuro […] Con su filantropía despótica aspiran a invadir los espacios más íntimos de nuestra vida, y hasta de nuestra conciencia, de modo que no haya nada que no esté mediatizado por una transacción económica».
Comentarios a : cartujo81@gmail.com
Artículos anteriores: