El ciudadano atento
Medicina y literatura
Dr. Luis Muñoz Fernández
Hace un par de días que mi hija Brenda, doctora en Psicolingüística y catedrática en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, me invitó a da una clase a sus alumnos de la licenciatura de Letras Hispánicas. El tema que me propuso fue la exploración de los vínculos entre la medicina y la literatura. Es bien sabido que esa relación es milenaria y profunda, ya sea porque muchos médicos se han distinguido en las letras universales, o porque existe un número considerable de obras literarias cuyo tema tiene que ver con la enfermedad y/o la profesión médica.
Hay razones adicionales: el médico de antaño iniciaba su acercamiento al paciente elaborando un relato de la enfermedad a partir de lo que el enfermo le iba contando en el interrogatorio y, acto seguido, obteniendo datos mediante la exploración física. Y digo “antaño” porque en la actualidad hemos reducido ese pilar del arte de la medicina que es la elaboración de la historia clínica a una mera recolección de síes y noes en una fría lista de cotejo (checklist, para los angloparlantes). Lo que suponemos ganar en objetividad, rapidez y eficiencia, lo perdemos en cercanía con el enfermo.
La verdad de las cosas es que un médico podrá ser un pozo de erudición en su materia y dominar destrezas manuales y tecnológicas sin par, pero si carece de una comprensión adecuada de la naturaleza humana, materia primordial con la que trabaja, no dejará de ser un buen técnico, incluso podrá llegar a ser un científico brillante, pero sus alcances sólo rozarán la biología del enfermo. El problema empieza con su formación, carente de disciplinas humanísticas impartidas con pasión y rigor. Esas que cuando éramos estudiantes de medicina llamábamos con el desdén de los ignorantes “materias de relleno”.
A lo anterior se refieren J. Donald Boudreau, Eric J. Cassell y Abraham Fuks en Physicianship and the rebirth of medical education (La practica de la medicina y el renacimiento de la educación médica, Oxford University Press, 2018):
«La misión principal de la medicina es el cuidado de los enfermos. Sin embargo, el “médico como sanador” ha sido reemplazado por el “médico que busca la enfermedad”, instigado y asistido por la tecnología. La educación médica contemporánea ha sido un impulsor decidido de esta transformación. En los “centros de salud” académicos modernos se ha desarrollado un desequilibrio entre la atención que se le presta a la misión de la medicina de cuidar al enfermo y la batalla contra la enfermedad. La medicina moderna está completamente enamorada de sus logros tecnológicos y totalmente sumergida en la comprensión científica de la enfermedad. La raíz del problema se encuentra en la idea central que se tenía en el siglo XIX sobre el objetivo de la medicina: que la enfermedad se reduce solamente a sus alteraciones orgánicas. La esencia de la práctica médica no debe verse como la persecución y erradicación de la enfermedad».
Les advertí a mis oyentes que no les iba a ofrecer una exposición erudita sobre el tema, dado que, más que un lector sistemático que cubre de manera exhaustiva un tema tan vasto y variado, soy un lector curioso y desordenado que encuentra en los libros y revistas, primordialmente impresos, perlas de sabiduría que va coleccionando para su disfrute posterior y el eventual beneficio de quienes en algún momento lleguen a leerme o escucharme. Soy en realidad un rumiante que se ceba en pastizales ajenos. Como diría mi colega y amigo Jorge Valdivia, “soy un pepenador de la cultura”.
El hecho indiscultible es que el médico, cuando estudiante y como profesional, precisa para serlo cabalmente de la lectura de buenas obras de la literatura universal. Estoy convencido de que la selección de autores y libros que conformarán el canon literario de un médico es una tarea personal que debe adaptarse al carácter, preferencias y necesidades de cada uno de los colegas.
“¿Cuál es el tratamiento que se administra por el oído en una urgencia?”, preguntó el doctor Thomas Stone. “Palabras de consuelo”, respondió Marion Stone (Los hijos del ancho mundo, de Abraham Verghese. Ediciones Salamandra, 2010). Algo así nunca viene en un texto de medicina.
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