El ciudadano atento
Leer a primo Levi
Dr. Luis Muñoz Fernández
Ahora que la ultraderecha se asoma sin el menor recato y que el matón de la escuela aporrea la puerta de la Casa Blanca en la que volverá a enseñorearse como inquilino principal en poco menos de un mes, conviene buscar referencias porque, como todo, esto ya había pasado antes. Y no hay referente mejor que Primo Levi (1919-1987), judío sefardita italiano, químico y escritor, sobreviviente de Monowitz, uno de los campos de concentración pertenecientes al complejo de Auschwitz.
Tras salir de aquel confinamiento casi indescriptible, Primo Levi dedicó su vida a dar cauce a una obsesión: contar lo sufrido para que todos lo supiesen y tratasen de comprender y, sobre todo, para que lo transmitiesen a las generaciones futuras. Uno podría creer que un horror como ese nunca iba a ser olvidado. Sin embargo, como nos dice Antonio Muñoz Molina en el prólogo de La triología de Auschwitz, recopilación de los escritos de Primo Levi, “a las nuevas generaciones el nazismo y el genocidio se les iban antojando cosas muy lejanas, crueles, desde luego, pero casi tan ajenas como las matanzas de Genghis Khan o las guerras napoleónicas”.
Pero esa lejanía es engañosa. Aquello, como adiverte Levi, “ha sucedido y, por consiguiente, puede volver a suceder”. En efecto, asistimos hoy a situaciones paralelas con lo ocurrido, disimuladas con tal refinamiento que se han vuelto imperceptibles, no sólo indoloras, sino gratas para la mayoría, pero que amenazan nuestra naturaleza con tal astucia y eficacia que yo las equipararía a la destrucción de la persona que empezaba cuando prisionero atravesaba aquel umbral de Auschwitz bajo el cartel con la frase tristemente paradójica Arbeit macht frei (El trabajo libera).
En alemán, el campo de exterminio –tal era su verdadero propósito: la aniquilación de lo humano– se dice lager, palabra con varios significados relacionados: almacén, bodega, existencias, lo que nos remite a las abominables denominaciones “recursos humanos”, “capital humano”, tan del gusto de los administradores y gestores actuales. Entonces como ahora, lo que se persigue es reducir al ser humano a un mero recurso, a un dato que se almacena en el “lager digital”, que se usa y se tira cuando ya no rinde utilidades. Somos prisioneros de un campo con alambradas invisibles.
Aquellos tenebrosos recintos fueron diseñados meticulosamente, con esa frialdad y eficiencia típicas de la burocracia modélica que hoy se admira y ensalza, para eliminar todo rastro de humanidad. Una combinación perfecta de demolición física y psicológica de la que era casi imposible escapar. Primo Levi nos cuenta una de las lecciones que le ayudaría a sobrevivir. Steinlauf, un häftling (prisionero) como él, sargento del Ejército austro-húngaro en la Primera Guerra Mundial, le explicó porqué se tenía que lavar aunque no tuviese jabón y el agua disponible estuviese podrida:
“… porque el Lager es una gran máquina para convertirnos en animales, nosotros no debemos convertirnos en animales; que aun en este sitio se puede sobrevivir, y por ello se debe querer sobrevivir, para contarlo, para dar testimonio; y que para vivir es importante esforzarse por salvar al menos el esqueleto, la armazón, la forma de la civilización. Que somos esclavos, sin ningún derecho, expuestos a cualquier ataque, abocados a una muerte segura, pero que nos ha quedado una facultad y debemos defenderla con todo nuestro vigor porque es la última: la facultad de negar nuestro consentimiento. Debemos, por consiguiente, lavarnos la cara sin jabón, en el agua sucia, y secarnos con la chaqueta. Debemos dar betún a los zapatos no porque lo diga el reglamento sino por dignidad y por limpieza. Debemos andar derechos, sin arrastrar los zuecos, no ya en acatamiento de la disciplina prusiana sino para seguir vivos, para no empezar a morir”.
Hubo otra persona que tuvo un papel decisivo en la supervivencia de Primo Levi. Un simple albañil, piamontés como él, pero de origen humildísimo. Reclutado por los nazis en aquel mismo lager como trabajador civil, no como prisionero. Su nombre era Lorenzo Perrone. Por eso los hijos de Primo Levi (Renzo y Lisa Lorenza) se llamarían como él. Ya habrá tiempo de contar su historia.
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