El ciudadano atento
Lo femenino fue primero
Dr. Luis Muñoz Fernández
Como siempre que viajo a la Ciudad de México, la semana pasada me alojé en el departamento de mi hijo Luis, lo que invariablemente me proporciona la dicha de su amorosa compañía e interesante conversación, de la que siempre aprendo cosas nuevas. También como es costumbre, visitamos El Péndulo de San Ángel, la más reciente de las sucursales de esta cadena de “cafebrerías”, denominadas así porque, además de vender libros, tienen una cafetería y restaurante en el que se sirven alimentos de denominación literaria y muy buen sabor. Nos perdimos entre los anaqueles y las mesas donde se exhiben los libros en un ambiente estimulante, tanto intelectual como estéticamente, ya que estas librerías son reconocidas por la belleza de sus instalaciones. De tanto en tanto coincidíamos en algún punto del local y comentábamos nuestros hallazgos.
Mientras caminábamos por Miguel Ángel de Quevedo mi hijo me empezó a leer las primeras páginas de uno de los libros que había comprado. Se trataba de Los mitos griegos, de Robert Graves (1895-1985), escritor y erudito británico, estudioso de la Antigüedad. En aquellas páginas, Graves se apuntaba a la idea de que en épocas remotas, mucho antes de la Grecia clásica, se fundaron civilizaciones regidas por mujeres que adoraban a una diosa. Tiempo después, fueron reemplazadas y borradas por otras en las que el patriarcado impuso por medio de la violencia un dominio masculino que ha llegado hasta nuestros días. Vivamente interesado en un tema que no me era del todo ajeno, al día siguiente recalamos en la casa matriz de la librería Gandhi buscando otro libro de Robert Graves: La diosa blanca. También pensé en pedirle a mi hija Brenda un libro de Joseph Campbell: Diosas.
Desde luego que esta idea no es original de Graves, pues existe abundante información al respecto. Tampoco es el relato favorito de la ortodoxia histórica, pero me parece que tiene facetas muy interesantes y pruebas documentales y arqueológicas que las respaldan, y que son merecedoras de nuestra atención. El tema ha generado controversia en los círculos académicos, sobre todo cuando se presenta de manera simplista y se esgrime como arma arrojadiza contra el machismo: hubo un tiempo idílico en el que las mujeres gobernaban y se adoraba a deidades femeninas. Una Arcadia hoy perdida. Hasta donde sabemos, no ha existido nunca una civilización perfecta, ni bajo la égida de las mujeres ni, desde luego, bajo el dominio de los hombres. Basta ver el mundo que tenemos hoy.
Una de las estudiosas del tema es Riane Eisler (Viena, 1931), socióloga, antropóloga, abogada, activista social e historiadora de la cultura. Me gusta su forma de abordar el tema porque me parece equilibrada: evita atribuir al sexo masculino un carácter violento intrínseco. En El cáliz y la espada. De las diosas a los dioses: culturas pre-patriarcales (Capitán Swing, 2021), afirma:
“La raíz del problema no es del hombre en cuanto a sexo. La raíz del problema yace en un sistema social en el que el poder de la espada se idealiza, en el que se enseña a hombres y mujeres a equiparar la verdadera masculinidad con la violencia y la dominación, y a considerar a los hombres que no se ajustan a este ideal demasiado blandos y afeminados”.
Que lo femenino precediese a lo masculino no sólo parece haber ocurrido en el devenir de las diferentes civilizaciones, sino en otros ámbitos. Podemos verlo de nuestro propio idioma, que hoy se encuentra en el centro del debate de lo incluyente. Álex Grijelmo, que a mi juicio nos ofrece una muy sensata Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo (Taurus, 2021), sorprende con el concepto de que el indoeuropeo, antepasado de la mayoría de las lenguas occidentales, tenía en un principio solamente dos géneros gramaticales: uno para referirse a los seres vivos sin distinción de sexo y otro para nombrar a las cosas inanimadas. A partir de aquel género neutro para los seres vivos nació primero el género femenino, dada la importancia que tenían las mujeres y las hembras de los animales no humanos en aquellas sociedades. Con esto, el género neutro original pasó a denominar a los hombres y los machos. Así que fue el femenino el primer género gramatical en nuestra lengua madre, lo mismo que fueron matriarcales las primeras civilizaciones. La mujer siempre antecede al hombre.
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