Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes

 

El ciudadano atento 

Meditaciones al desnudo

Dr. Luis Muñoz Fernández 

Playa Zipolite está aproximadamente a medio camino entre Puerto Escondido y Huatulco, en el Pacífico oaxaqueño. Tiene la pecualiaridad de permitir que quienes lo deseen, disfruten de sus bellezas naturales (las de la playa y las suyas) sin ropa. Desde luego, la desnudez es voluntaria y ya sea en su arena o en sus aguas se mezclan tanto turistas desnudos como vestidos, con aparente predominio de los segundos. En esta singular convivencia nadie parece manifestar mayor extrañeza.

Por raro que parezca, la patente corporeidad a la vista puede invitar a la reflexión. ¿Por qué nos da tanta vergüenza mostrarnos desnudos ante los demás? Se han escrito ríos de tinta sobre el tema y no es este el lugar para tratarlo con prolijidad. Siendo el que escribe un médico y rebuscando en su biblioteca, recordó una obra reciente del también médico y patólogo Francisco González Crussí titulada Las folías del sexo. Ideas y creencias sobre el sistema genital (Debate, 2020).

Hombre de una vasta cultura que siempre comparte con amabilidad y humor, el doctor González Crussí empieza su libro explicando la razón de haber escogido para el título la palabra folía, que el Diccionario de la Real Academia define como una forma desusada de llamar a la locura. El Oxford English Dictionary señala que en inglés, además de locura y falta de entendimiento, folly significa también lascivia y libertinaje. De ahí que el autor se sintiese tentado a usar ese arcaísmo e incluirlo en el título de su obra.

Ya en su primer libro –Notas de un anatomista (CONACyT/FCE, 1985)–, González Crussí se había ocupado de la anatomía genital del varón, enumerando la vasta e ingeniosa onomástica con la que en la mayoría de las lenguas se nombra al miembro viril. Volviendo al porqué de nuestra vergüenza, en el primer capítulo de su nuevo libro, titulado De la “vara de Aarón” y algunas de sus muchas desventuras, encontramos lo siguiente:

«No es ocioso comentar sobre el curioso apelativo de “partes vergonzosas” que en más de un idioma se aplica a los órganos genitales externos. ¿Por qué “vergonzosas”? Según un ilustre profesor de cirugía de siglos pasados, el doctor Pierre Dionis (1643-1718), es a San Agustín a quien ante todo debemos el uso del curioso mote. Son partes vergonzosas, dice esta versión, porque nos avergüenzan al hacernos ver que, mientras que ejercemos nuestro mando libremente sobre todas las partes externas del cuerpo, aquellas, en cambio, no nos obedecen. Son rebeldes, y por desgracia son ellas quienes nos sujetan y nos mandan. Una tradición tan añeja como abundante avala esta interpretación».

Y para documentarlo cita la creencia de los antiguos griegos acerca del útero, al que consideraban “un animal dentro de un animal”, capaz de moverse según su capricho dentro del cuerpo de la mujer. Esa afirmación no sólo nos parece inaceptable, sino absurda a la luz de los conocimientos actuales, pero para aquellos griegos, que conocían y supieron esculpir con una maestría inigualable la anatomía externa del cuerpo humano, la de los órganos internos fue un completo enigma que tardaría veinte siglos en descifrarse.

González Crussí cita también al escritor Tallemant des Réaux (1619-1692), que cuenta la confesión que cierto caballero italiano le hizo a un sacerdote al arrepentirse de la vida depravada que había llevado hasta entonces. Sacudido en lo más profundo por la admonición del clérigo, le prometió enderezar su comportamiento, no sin antes implorarle atribulado –señalando sus partes pudendas– que hablase “con esta bestia”. Un animal colgando de otro animal.

De acuerdo al libro del Génesis, la perturbación que nos provoca la exhibición de los órganos genitales se remonta a Adán y Eva. Tras comer la fruta prohibida, “se dieron cuenta de que estaban desnudos y sintieron vergüenza. Entonces cosieron hojas de higuera para cubrir su desnudez”. Para algunos (no están todos los que son, ni son todos los que están), lugares como Zipolite representan el Jardín del Edén antes del pecado original, un retorno a una comunión ancestral con la naturaleza que desafía el pudor impuesto por la sociedad. Cada quien.

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