Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes

 

El ciudadano atento 

Compasión y contemplación

Dr. Luis Muñoz Fernández 

Lo citamos hace un par de semanas en La obsolescencia de lo humano. Se llamaba Thomas Merton (1915-1968), era monje de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia, más conocida como Orden de la Trapa. Había nacido en los Pirineos, la cadena montañosa que separa a Francia de España, hijo de un neozelandés y una norteamericana. En su Abadía de Nuestra Señora de Getsemaní (Kentucky), se enfrentó al dilema de seguir fiel a los votos de soledad, silencio y obediencia en los que creía con firmeza o denunciar la terrible violencia de la guerra que amenazaba al mundo durante los primeros años de la década de los sesenta del siglo XX.

Hoy la respuesta nos parece obvia, pero en aquellos años, el que un cristiano en los Estados Unidos, y más un sacerdote, protestase contra la guerra y se convirtiese en un activista en favor de la paz era algo prácticamente inexistente. En 1961, los católicos estadounidenses, jerarquía eclesiástica incluida, estaban imbuidos de un patriotismo exacerbado. Para aquel entonces, Merton ya había escrito su autobiografía –La montaña de los siete círculos (1948)– que le había hecho ganar respeto y fama de hombre espiritual alejado del mundo. Cuando ese año decidió escribir sobre la guerra y lanzar un llamado para abolirla, muchos se alejaron de él sin comprender lo que le estaba pasando y que él mismo cuenta en tercera persona (lo que está entre corchetes es mío):

“Lo que le había pasado fue que su soledad [en el monasterio] le había llevado a lo que toda soledad debe conducir eventualmente: a la compasión. Al encontrar a Dios en su soledad, encontró a las personas, que son inseparables de Dios y, quienes en el nivel más profundo de su ser (el nivel que sólo con la contemplación se puede alcanzar), están una junto a otra en Dios, en el fundamento oculto del amor [The Hidden Ground of Love, en sus palabras] que es todo lo que es. Este sentido de compasión nutrido en la soledad (algo parecido a la karuna de Buda cuando experimentó la iluminación) le hizo mirar de nuevo hacia el mundo que pensó que había dejado de manera irrevocable veinte años antes, en 1941, cuando entró en el monasterio. Ahora, sentía el deber, precisamente porque se había entregado a la contemplación, de denunciar y advertir a sus hermanos los hombres y mujeres sobre lo que consideraba el peligro más grande que estaba amenazando al mundo civilizado”.

La compasión y contemplación no están de moda. La primera porque se entiende erróneamente como una debilidad o, todavía peor, como una forma de apiadarse del prójimo en desgracia desde una posición de privilegio o superioridad de algún tipo. La segunda, porque se atribuye a personas ociosas, sin oficio ni beneficio, como los monjes, en un mundo en el que se sataniza el ocio para encumbrar como valor supremo todo lo que es negocio (la negación del ocio).

Cuando a finales de 2004 y principios de 2005 pensamos en una filosofía para en Centenario Hospital Hidalgo, la institución pública en la que trabajamos 30 años, a la hora de seleccionar los valores incluimos la compasión, que es esa identificación con los malos ajenos en los que todos nos reconocemos hermanos del mismo dolor. Sólo así se puede brindar un servicio auténtico a los enfermos. Lejos del sobado eslogan mercadotécnico de “un servicio con calidad y calidez”, tan citado en el discurso oficial de las autoridades sanitarias. La compasión no se puede sentir sin que haya mediado primero un esfuerzo de observación y reflexión sobre la frágil condición humana que a todos nos iguala. Sin ese esfuerzo, lo que se siente por el desvalido es lástima.

En Acción y contemplación, Thomas Merton analiza la oposición entre la vida monástica y la vida moderna y afirma que el monje necesita reconocer en sí mismo los problemas que enfrenta el hombre común. Por eso decidió salir al mundo y sumergirse en su torbellino. Hoy, el torbellino de la vida moderna, acelerado por la tecnología omnipresente y todopoderosa, es de tal magnitud y alcance que ha descolocado a la mayor parte del género humano. De ahí que Buyng-Chul Han cite a Nietzsche cuando dice: “Nos estamos asemejando cada vez más a esas personas activas que ruedan como rueda la piedra, conforme a la estupidez de la mecánica”.

Comentarios a : cartujo81@gmail.com

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La obsolencia de lo humano
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