Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes

Ruy Pérez Tamayo: recuerdos de un estudiante de medicina

Hace unos días, en la reunión mensual que tenemos un grupo de amigos en un restaurant, salió a colación la noticia de la muerte de Ruy Pérez Tamayo. Cada uno de nosotros había tenido la oportunidad de tratarlo en circunstancias diversas. Alguien propuso que cada uno brindara por Ruy y expresara las razones por las cuales lo haría. En mi caso, interrumpí mi alocución cuando llegué a la séptima razón. Amablemente, uno de mis amigos sugirió que escribiera unas notas al respecto.

En la clase inicial de la materia de Patología tuve el primer encuentro con Ruy. Vale la pena recordar algo del contexto en el que iniciábamos en 1959 el tercer año de la carrera. Después de cursar el primer año en medio del terrorismo de la clase de anatomía con el “Burro” Quiroz, algunos de nosotros ingresamos el segundo año al Grupo Piloto y nos enfrentamos a un reto diferente: tener profesores especializados en Estados Unidos, con una visión más moderna de la medicina y con la lectura de textos en inglés. En el tercer año las materias también habían sido renovadas y en Propedéutica, por ejemplo, oímos hablar de la perspectiva psicoanalítica como una forma de entender mejor a los pacientes. Ruy formaba parte de esta renovación. Desde la primera clase quedamos fuertemente impresionados por su presencia, por su oratoria y por la calidad de su material didáctico. Entonces Ruy contaba con 35 años, edad no muy distante de la de sus alumnos, quienes rondábamos los 20 años. Ruy entraba al aula de manera solemne seguido por los residentes que se estaban formando como patólogos. La clase, que tenía lugar en un viejo auditorio del Hospital General, consistía en exposiciones muy claras de procesos fisiopatológicos complejos como la respuesta inflamatoria, la respuesta inmune, la fibrosis y sus secuelas, las neoplasias, las interacciones huésped-parásito, entre otros.

A nuestro grupo le tocó estudiar en la primera edición de su libro de texto. Recuerdo la impresión que me causó al abrir el libro, la leyenda que aparece en el Prólogo del Quijote: Desocupado lector, sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza, que en ella cada cosa engendra su semejante. Fue un disfrute estudiar en este texto sustentado por 2224 citas bibliográficas. Cada capítulo se enriquecía con notas históricas y hacía referencia a algún texto o tema clásico. Recuerdo, por ejemplo, la cita de Lucrecio en uno de los capítulos: De la naturaleza de las cosas.

La convicción de que las bases científicas de la clínica estaban en el estudio de la patología hizo que algunos decidiéramos incorporarnos a la Unidad de Patología bajo la figura del Prosector voluntario. Sabíamos que la creación de la Unidad y su vinculación con la Facultad de Medicina de la UNAM y con el Hospital General, habían sido posibles por las gestiones de Ruy para obtener el financiamiento necesario en Estados Unidos. La Unidad tenía un diseño interdisciplinario que contemplaba, además de la sección de anatomía patológica, laboratorios de microbiología, micología y parasitología. Tres de nosotros, más tarde identificados en la Unidad como Los Tres García, teníamos la responsabilidad de hacer guardias durante las cuales hacíamos la autopsia de los pacientes del Hospital cuyos cadáveres era referidos al anfiteatro de la Unidad. Una de nuestras responsabilidades era lograr el permiso de la familia para la autopsia. Seguíamos un protocolo estricto que incluía el estudio del expediente clínico, la evisceración, y la limpieza de los órganos afectados. Al día siguiente tenía lugar una sesión en la que presentábamos el caso al “staff” de la Unidad encabezado por Ruy. Esta presentación incluía las conclusiones preliminares sobre la “causa” de la muerte. En estas sesiones tuvimos la oportunidad de percibir la tensión que existía entre los médicos tradicionales del Hospital General, especialmente los cirujanos, y la moderna escuela de patología traída por Ruy. Sobra decir que eran experiencias de gran tensión, pero que dejaron huellas perdurables en nuestra formación médica. Por la mañana asistíamos a las clases regulares de la carrera y por la tarde asistíamos a la Unidad para continuar con la elaboración del protocolo de autopsia que incluía la revisión e interpretación de los cortes histológicos, así como una propuesta de correlación anatomo clínica basada en todos los hallazgos del caso.

Los residentes que se formaban como patólogos nos trataban con simpatía y nos apoyaban en estas tareas. El ambiente de la Unidad era muy estimulante, particularmente cuando tenían lugar las sesiones semanales de “misteriosas” en las que se discutían los diagnósticos probables de especímenes histológicos de piezas quirúrgicas o de autopsia. En estas sesiones se proyectaban las laminillas con un aparato que tenía electrodos de carbón, se discutían las posibilidades diagnósticas y se conocía quienes habían acertado. El personal de la Unidad estaba dividido en dos: en el piso superior estaba el grupo que trabajaba en el laboratorio de investigación básica, coordinado por Imgard Montfort, esposa de Ruy y por Marcos Rojkind. A este grupo se incorporaron Roberto Kretschmer y Carlos Larralde, compañeros nuestros, quienes empezaban a hacer sus experimentos. En la planta baja trabajábamos los patólogos, los residentes de patología, y los prosectores voluntarios.

Un buen día, cuando cursábamos el quinto año de la carrera, Ruy nos invitó a Los Tres García cenar en un restaurante argentino -Hazel- si no mal recuerdo. Nos preguntó si teníamos la intención de ser patólogos. Jaime Herrera y yo le dijimos que planeábamos ser cardiólogos. Rodrigo Campos expresó que sí pensaba dedicarse a la patología. A raíz de esta cena, Ruy nos dio un mes de plazo a Jaime y a mí para terminar los protocolos que teníamos en proceso y para liberar los cajones que ocupábamos. Visto en retrospectiva, este acto de Ruy refleja una intención constructiva, al liberar espacios para patólogos en formación, y al facilitarnos la separación de la Unidad. Fue amabilidad de su parte darnos sendas cartas de recomendación para las etapas siguientes de nuestra formación. La influencia de Ruy, mediante sus clases y el trabajo en la Unidad, sembró en nosotros el virus de la investigación científica.

La personalidad de Ruy no se limitaba al quehacer académico. Con cierta frecuencia se organizaban veladas bohemias amenizadas por compañeros que, como Rodrigo Campos, tocaban la guitarra y entonaban canciones románticas, especialmente de la trova yucateca. Es posible que las raíces yucatecas de Ruy afloraran en estas sesiones, ya que se sabía la letra de la gran mayoría de ellas. Recuerdo que, hacia el final de estas reuniones, los únicos que sabíamos la letra del Rosal enfermo de Ricardo Palmerín éramos Ruy y yo.

Otra veta cultural compartida por mí con Ruy fue la música de concierto. Estando en vías de ingresar a la residencia hospitalaria, participé en un grupo de apreciación musical organizado por Ruy bajo la tutela del Profesor Carlos Greull-Anders. El Profesor Greull, de origen checoeslovaco, había emigrado a América, a raíz de las secuelas de la Segunda Guerra Mundial. Después de vivir un tiempo en Colombia, Greull se radicó en México. Aquí impartía cursos de apreciación musical en la Sala Chopin. Las reuniones tenían lugar en la casa del Profesor Greull los viernes por la noche y el programa del curso era decidido, en gran medida, por Ruy. Recuerdo que revisamos toda la obra de Beethoven e iniciamos el acercamiento a la música sinfónica de Mahler. Ruy siguió siendo un melómano toda su vida. Por muchos años lo podíamos encontrar en los conciertos de la Filarmónica de la UNAM junto con Imgar, sentados ambos en el mismo lugar de la Sala Netzahualcoyotl.

Concluyo estas notas con una mención de la tristeza de algunos amigos míos, alumnos casi hijos de Ruy, ante su inevitable deceso.

Pedro Arroyo
Ciudad de México, marzo 9, 2022.


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